jueves, 21 de febrero de 2013

Sí, pedí que te murieras

 Pedir a gritos en silencio que alguien que amas con todo tu corazón cierre sus ojos y descanse de sufrir.
Lleva días para mi no fue de inmediato. La mitad de mi corazón me veía asustado por primera vez en su vida, cuando durante más de treinta años fui yo la que lo miraba asustada y encontraba la fuerza y el valor en sus ojos.
Durante 40 largos días y sus noches lo vi ahí tendido en la cama de un hospital, dando todo mi reino porque él se levantara y yo estuviera en su lugar. Eso es el amor. Ahora mismo si pudiera me cambiaría por él sin ninguna duda.
Claro! Es la certeza de que él hubiera sentido lo mismo él habría pedido lo mismo que yo. Es la conexión de dos almas que coincidieron en el espacio y en el tiempo para vibrar como solo vibra un padre con su hija.
No se cuantos días llevaba en el hospital, muchos creo, su mirada me decía que no iba a salir de ahí, que ese tiempo era para que empezara a entender que algún día no estaría. Qué ironía la vida quería acostumbrarme a su muerte.
De golpe en un miércoles de esos que llaman de ceniza pedí que se muriera sintiendo culpa, miedo y un profundo dolor que recorre la columna vertebral, parecido a los síntomas de un desmayo.
Con los años puedo decir que sí pedí que murieras y lo volvería hacer. Es una extraña debilidad de no tolerar el sufrimiento de los que amas. Hay personas hechas de otro material en mi caso no pude no puedo con eso. Reafirmo, no me gusta ver sufrir a los que amo.
Sucedió cuando tenía que pasar...muchos momentos quedan grabados de ese tiempo. La familia que se valora más. Mis amigas que estuvieron a un lado y en silencio.
Y aquellos que sin estar (por causas ajenas a su voluntad) eran una fuerza en el corazón. La primera llamada para decirlo.
Esto es algo de lo que pasa en la tarde de la vida...